domingo, 29 de noviembre de 2009

¡Dale tú, dale tú!


En mis inicios como intérprete la Escuela de Idiomas Modernos de la Universidad Central de Venezuela me propuso trabajar como voluntario en un encuentro internacional de grupos de rescate y defensa civil. El encuentro era en una sala muy grande que por lo general se utiliza para bodas, fiestas y banquetes; el punto es que la cosa estaba llena de gente.
Al llegar me encuentro con un compañero de trabajo que me da la noticia de que no hay cabina para la interpretación simultánea sino que hay que realizar una consecutiva (modalidad de interpretación en la que se toma nota mientras el orador habla y después se reexpresa la idea planteada). Además de esa noticia me dice:
- Te toca trabajar con un carajo que acaba de llegar de no sé donde e hizo un posgrado en interpretación.
Se podrán imaginar que me sentía como cucaracha en baile de gallina.

-¡Perro! Exclamé con asombro. -Si el pana acaba de llegar de un posgrado, entonces que lo haga él y yo lo apoyo. No quiero hacer el ridículo aquí.

En eso llegó nuestro iluminado amigo y le echo el cuento de que no hay cabina y que tenemos que trabajar desde la tarima tomando nota.

-Yo tengo mucho tiempo sin hacer consecutiva, dijo.
-No te preocupes hermano. Si quieres yo me siento contigo y si falta alguna información yo te paso mis notas y resolvemos con calma.
-Está bien.

Después de hablar con los organizadores, subimos a la tarima frente a una parranda de gente y un poco de cámaras de televisión que intimidaban mucho. Le propongo a mi nuevo compañero sentarnos y preparar nuestros blocks de notas. Una vez en la tarima, la oradora se dirige al podio y nos ve con cara de ¿listo, muchachos? Con una picada de ojo le hago saber a la ilustre oradoras que estamos listos como dos mosqueteros porque el otro no había aparecido.

La oradora comienza con un despliegue de grandeza diciendo:

-Good morning…

No terminó de pronunciar la primera frase cuando el amigo en cuestión pronunció estas terribles palabras:

-¡Dale tú! ¡Dale tú!

Y se paró de la silla, se bajó de la tarima y me dejó solo ante una audiencia hambrienta de interpretación.
Rápidamente activé el chip que dice “modo de emergencia” y comencé a interpretar la ponencia de la señora. Yo estaba en una especie de shock porque no sabía si arrecharme o quedarme como pajarito en grama.
A medida que avanzaba la interpretación mis ánimos se calmaban y pensaba con más claridad; de hecho, comencé a buscar con la mirada a mi “gran compañero”. Lo ubico y me quedo más asombrado con lo que hizo, levantó su mano derecha y me mostró el súper pulgar derecho con un gesto de “dale que vas bien. Te está saliendo arrechísimo, pana”.
Desde ese día, comprendí que la mejor huída es la del mapurite: echarse un peo y salir corriendo.

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