domingo, 29 de noviembre de 2009
El día que un brasileño me cayó a peos
Mis amigos y yo hemos llegado a la conclusión de que todos los brasileños están locos pal carajo (como ellos mismos dirían, louco pa caralho). Son unos (as) carajos (as) demasiado felices y relajados, sin complejos y con una timidez poco desarrollada.
El escenario: una reunión con especialistas internacionales en el área energética; la víctima: yo; el victimario: un brasileño peorro.
La semana de trabajo había transcurrido sin ninguna novedad aparente. Todo giraba en un ambiente de paz y tranquilidad en el cual el brasileño y los intérpretes contaban sus historias y aventuras laborales y personales. Cada vez que el brasileño nos veía nos decía a manera de broma traduz, traduz (traduce, traduce, en portugués) debido a que la gente siempre nos dice que traduzcamos lo que se dice aún cuando no tenga que ver con ellos.
Después de una semana agotadora, por fin llega el preciado viernes. El día se hace menos pesado por el simple hecho de pensar en la respectiva salida nocturna con los amigotes que tu novia no soporta. Después del almuerzo continúan las bromas entre mi compañero de cabina y yo pero tuve que interrumpir la tertulia burlesca debido a un llamado de la naturaleza (fui a hacer pipí, mal pensados). Frente al gran inodoro de pared, ese que siempre tiene cara de que te va a salpicar sin importar a donde apuntes, relajo mi cuerpo y dejo que la naturaleza siga su curso. En ese momento de relajación que parece eterna llega nuestro amigo brasileño con esa cara de “ajá pana tas pillao” y suelta la frase del momento: traduz, traduz. Lo veo con cara de “epa viejo, ¿to’ fino?” y sigo en lo mío. Fue justo en ese instante cuando el amigo en cuestión comienza a hablar sobre las venezolanas y otro poco de cosas que no recuerdo debido a la cadena de sonidos flatulentos que salían justo al lado de su billetera mientras me hablaba. Me sentía como la gaita del puente sobre el lago de Maracaibo: “siento un nudo en la garganta y el corazón se me salta…” Llegué a pensar que él era ventrílocuo y hacía hablar a su cartera con unos sonidos que no parecían de este planeta. Terminó su retahíla de peos y se fue como quien no quiere la cosa con su cara de aquí no ha pasado nada y su billetera parlanchina.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario