domingo, 29 de noviembre de 2009

Noche de Tasca


Viernes de quincena.
Hora: 10:00 p.m.
Lugar: una tasca.
Misión: bailotear a una secretaria.

Son las 8:00 p.m. y suena el teléfono:

-¿Qué pachó?
-¿Qué pachó de qué?
-Mira tigre, pendiente de algo tipo tranquilo.
-Sí vale. Mañana trabajo pero no importa, puedo llegar un pelo tarde.
-Bueno. Paso por ahí en una hora.

Comienzan los preparativos para una noche que promete algo más que ir a tomarse unas cervezas en un restaurant chino mientras echas el famoso cuento “flecolita no hay”.
Los sujetos en cuestión se encuentran y planifican su jugada. Primero al Farmatodo a comprar unos chicles y un frasquito para muestra de orina porque la tía tiene que ir al CDI a las 7:00 a.m. El otro amigo pasea por la tienda mientras el vigilante lo ve con cara de “si agarras algo te jodo” sin darse cuenta de que hay una tipa comiéndose un maní japonés que estaba mal parado por ahí y que no piensa pagar.
10:00 p.m.: entran los gemelos fantásticos a la tasca y se convierten en el centro de todas las miradas. El primero en abordarlos es el mesonero, ese tipo que siempre te consigue la mejor mesa porque esa noche tú eres su mejor amigo hasta el momento en que pagas el servicio y se olvida de que cada media hora tiene que cambiarte la hielera y llevarte el fresco pal ron.
Comienza la faena. La vestimenta a veces lo es todo. Un pantalón marrón arruina el look pero el suéter cuello de tortuga que compró en traki empareja la situación. El otro sujeto es más convencional. A sus 40 años usa jeans manchaditos, ruedo por el suelo, camisa manga corta y el botón de la camisa abierto a mitad del pecho en donde resalta la medallita de la primera comunión que le regaló su tío padrino que era monaguillo.
El primer vaso de ron es para entrar en calor. Divisan las posibles presas en busca de la que esté sentada bailando sola con cara de pachanga pero que por alguna razón nadie ha sacado. Aparece una. Pregunta obligada: ¿Será la novia del dueño? ¿Es coja? ¿Es muy antipática? ¿Su marido estará en el baño o quedaron en verse allí porque están cumpliendo meses? Y pare usted de contar.
Una señora recién peluqueada ve a uno de los sujetos y comienza el típico movimiento de hombros como diciendo “y a mí qué, y a mí qué” pero con un swin que incita al baile. Nuestro cuarentón se hace el loco porque busca carne fresca.
Ahí está ella. Jean pegadito con un poquito de barriga afuera. Unas sandalias que la hacen sufrir de una terrible enfermedad llamada síndrome del pie posesivo (es cuando a la fémina se le salen los deditos de la sandalia y le quedan aferraditos al corcho del calzado, así como una gárgola). La parte de arriba de su vestimenta es el chalequito del uniforme que combina con todo.

-¡Ésa es!- Piensa él.

En el secretarial todas y todos son posibles víctimas. Ellas los buscan fornidos y/o carismáticos; ellos, bonitas, jóvenes preferiblemente y con una amiga para el pana o el primo que te acompaña esa noche.
El primer ron marca la diferencia entre lo que llamaría complejo de chapulín colorado que no es otra cosa que la vocecita interna que dice “sí lo hago” y un determinado y firme “¿bailamos?”. La víctima accede ante la convicción con la que aquel cuarentón pseudo metrosexual, quien con una mano en el bolsillo y la otra extendida hacia ella como quien ayuda a alguien a bajar de un carruaje, le hace tan anhelada oferta.
Sobreviene la tragedia. La peor pesadilla de un viernes de quincena se hace realidad. Ya es inevitable recular ante la sonrisa tímida de la bailaora que decidió hacerte acreedor de tan preciada oportunidad. Ella, la elegida entre muchas, se paró con la cartera en la mano. Sí, la cartera. La toma con su mano derecha y la deja correr sobre su hombro y no precisamente con ánimos de largarse del lugar como resultado de un gesto tuyo, no. Ella es de las que baila con la cartera encima.
Aquel galán había escuchado hablar de aquella especie pero siempre pensó que se trataba de una leyenda urbana. Todo giraba a su alrededor como en una película de suspenso mientras sentía que su amigo lo veía con ojos de desencanto.
Comienza la faena. El bailoteo en la atiborrada pista se convierte en un 24 de diciembre en el terminal de autobuses de La Bandera, cartera pa’ llá y cartera pa’ cá. Se escucha un “¡ay cuño!” bajito, que sale de la boca de una dama cuyo seno fue víctima de la temida cartera; además, cuando la gente quiere disimular no dice “coño” sino “cuño” y a veces “cuñio”. Lo peor no es eso. Aquella mujer tímida con cara de querer bailar un poquito para no aburrirse toda la noche baila más que bola e’ perro en bajada (jejejeje ese dicho se lo robé a un pana), se mueve para todas partes así como la lavadora de la casa, ésa que llegaba a la sala destilando espuma mientras veías Radio Rochela (cuando era buena).
La música no para. El DJ (de salsa, valga la redundancia por tratarse de una tasca) escogió el remix de todas las canciones de Héctor Lavoe que son más largas que la despedida de Ilan Chester. Cuando la cosa parece que se va a acabar comienza la entrada de “hay fuego en el 23” y esa mujer se pone como loca y dice: ¡Upa, pues! ¡A bailar!
El amigo, más precavido, baila con una chica que tiene lo suyo. Lo ve con cara de cómplice pero ni de vaina la suelta, no vaya a ser que el amigo le aplique el viejo truco de “¡vamos a cambiar, muchachas!”.
Ya van 9 minutos y el hielo se derrite en la mesa. Por fin la vaina se acaba y la chica lo ve así como quien no quiere la cosa y le suelta esta perla: “ay, ahora me saca otra vez. Déjame descansar. No te pierdas”.
Un trago de ron aguado sabe a champán y unos maníes salados lo traen de vuelta a la realidad, a la tasca. Después de una botella y media de destilado de caña y una voz de narrador de caballos amanecido, ya la abraza y le dice: “me gustaste desde que te vi. Qué rico bailas”.
Son las 6:00 a.m. y ya degustaron un par de arepas y un jugo de níspero para agarrar fuerza porque el café les cae mal. Ya tienen algo en común. A las 6:30 a.m. el frasquito de muestra de orina rueda por el suelo del Caprice Classic mientras él la deja en el metro de la Hoyada. El intercambio de teléfonos se hace efectivo inmediatamente. Ella parte hacia el subterráneo, despeinada y con una curita en la parte de atrás del pie porque la sandalia le aporrea. Él, sonrisa picarona, emprende la marcha a la morada para hacer entrega de la preciada carga: el potecito de orina.

2 comentarios:

  1. Jajajaja estas pasao... demasiado divertido! "baila más que bola e’ perro en bajada" jajajaja estoy llorando de la risa... lastima que nada esta basado en la realidad y todo sea pura ficcion!!! Que bueno seria tener una anecdota del "traduptor de inglé", de "pero lo dice igualiiiito" o de "yomequedounraticomájn" jajajaja

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